¿Qué puedo hacer yo? Aquella tarde determinó el resto de mi vida, todo cambió. Era una relación laboral con los roles y la jerarquía muy bien situada por mi parte. Sus palabras me taladraron, me rompieron, toda aquella confianza depositada y la creencia de que mi trabajo estaba siendo valorado se quebró. Era una jornada en la que la acumulación de trabajo motivó a que lógicamente el horario laboral se prolongase. Sin cuestionarme el tener que alargar mi tiempo de trabajo, me centré en las tareas hasta dejar todo entregado en los plazos que se habían acortado inesperadamente. Al terminar, llamé suavemente a la puerta de mi superior para dar cuenta del trabajo hecho, comunicar que estaba para enviar y que me marchaba. Escuche: “adelante”, y abrí la puerta, sin tomar otra posición que la de poder comunicar el fin de lo encomendado. La cara que tenía enfrente mostraba un semblante tenso, con la frente fruncida. Rápido detecté que no iba a recibir precisamente un agradecimi...
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